A Roma sin amor by Marina Adair

A Roma sin amor by Marina Adair

autor:Marina Adair
La lengua: spa
Format: epub
editor: Versatil Ediciones
publicado: 2021-02-15T17:52:43+00:00


Capítulo 16

—¡No me puedo creer que me haya mentido!

Fue lo primero que dijo Emmitt al meterse en el coche de Annie. Ella a duras penas tuvo tiempo de despedirse de sus amigas antes de que la empujara hacia la puerta. Beckett levantó los pulgares en su dirección, en plan: «A por ello», mientras que Lynn vocalizó en silencio: «El tatuaje de Zac Efron».

Por lo menos una de las dos estaba orgullosa de ella.

—Por mi experiencia te diré que las adolescentes mienten cuando creen que no tienen otra opción —comentó Annie.

—Mi hija tiene más opciones que el menú de un restaurante —respondió él—. No hablaré por tu jefe ni por el camarero, pero yo le he dejado claro que puede contarme lo que quiera.

—¿También sobre un chico muy mono? —Le lanzó una mirada.

—Sí. —Fue una respuesta rotunda, aunque al cabo de unos segundos añadió—: ¿Sobre un chico muy mono? Pues claro. ¿Sobre un gamberro que ya se afeita y que quiere «ver Netflix» con mi hija? No hay ni que discutirlo. Es un no definitivo.

¡Ostras! Pedazo de respuesta extrema para una pregunta inofensiva. Annie esperaba que Emmitt no hubiera reaccionado igual con Paisley. De lo contrario, ahora lo entendía todo.

—Déjame adivinar, ¿Sammy es el gamberro en cuestión?

—Joder. —Emmitt asestó un puñetazo al salpicadero—. Sé que parezco un padre ingenuo, y sé que he dicho que lo tenía controlado, pero en realidad pensé…, no, en realidad creí que estaba siendo sincera conmigo. —Emmitt se pasó una mano por la cara—. ¿Por qué no habré logrado unir las piezas antes? —Rebuscó en los bolsillos de los pantalones, los delanteros y los traseros—. Mierda. No recuerdo dónde he metido su dirección.

Volvió a comprobar si la tenía en los bolsillos delanteros, y extrajo un montón de servilletas (los acuerdos de compañeros de piso, que dejó en el salpicadero); un fajo de tiques y envoltorios de chicles (que tiró al suelo del coche); una tarjeta de visita con lápiz de labios (que se quedó sobre su muslo); y, por último, sacó un trocito de papel pinocho arrugado.

—Aquí está. —Introdujo la dirección en el móvil y una voz que parecía de una teleoperadora de línea erótica australiana los condujo, con mucho amor, hasta allí.

Annie señaló la tarjeta de visita.

—¿Qué es eso?

Emmitt la cogió y la leyó con atención antes de intentar guardársela en el bolsillo.

—Es de una mujer a la que conocí en el instituto de Paisley.

—¿En serio? ¿Utilizas a tu hija para encontrar polvetes? —Annie se la arrebató y la lanzó por la ventanilla del vehículo.

—En primer lugar, fui al instituto para estar con mi hija. En segundo lugar, Grace forma parte del comité del baile y me dio su número. No sé ni cómo me metió la tarjeta en el bolsillo. Y en último lugar, aunque la mujer me gustara, que no me gusta, Gray me advirtió que no me acostara con las madres de la AMPA.

—¿Necesitabas consejo para eso? —Annie puso el intermitente y giró hacia la zona residencial del pueblo, como le indicó el GPS.



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